Tal vez hayas
escuchado el revuelo que se armó en enero de este año, cuando le
retiraran a James Watson, ganador del premio Nobel de medicina, sus
títulos honorarios, después de que afirmara en un documental que
existían diferencias en el cociente intelectual de negros y blancos
y que estas diferencias estaban reflejadas en su ADN. El laboratorio
Cold Spring Harbor (CSHL), que el científico dirigió durante
25 años y que le había concedido sus tres títulos, rechazó
totalmente estas declaraciones, puesto que no tienen base científica
alguna y parecen responder más a un prejuicio personal de Watson.
Este suceso me recordó que no es la
primera vez en la que, lamentablemente, las acciones de Watson son
motivo de controversia. La historia que contaré es menos conocida,
pero las implicaciones del escándalo son mayores, porque implican el
posible robo de información a su colega Rosalind Franklin, que jamás
fue confirmado.
Rosalind Franklin nació en Londres en
1921, y sus familiares la describían como una niña “alarmantemente
inteligente”, que se negaba a aceptar una afirmación sin pruebas y
que tenía una tendencia a discutir las cosas. Rosalind fue aceptada
en la Universidad Cambridge y estudió Química, posteriormente
trabajó en un laboratorio donde realizó estudios sobre la porosidad
del carbón que fueron los cimientos de su tesis doctoral en
fisicoquímica. Rosalind se volvió experta en cristalografía por
rayos X y gracias a esta habilidad empezó a trabajar en el Kings
College en 1951, su equipo de trabajo estaba intentando descubrir la
estructura del ADN y ella se dedicó a realizar un trabajo minucioso
de toma de fotografías por rayos X, que dio como resultado la tan
famosa foto 51, que muestra de manera nítida la estructura de doble
hélice del ADN.
Franklin no tuvo una estadía agradable
en el Kings College, su temperamento y una forma directa de hablar,
estableciendo contacto visual con sus interlocutores hombres,
provocaron fricciones constantes con sus compañeros, que llegaban a
sostener que ella actuaba “con aires de tranquila superioridad”;
además fue excluida por ser mujer de la sala común de descanso,
donde también se debatían temas de trabajo.
James Watson se
encontraba realizando una investigación similar para determinar la
estructura del ADN junto con John Crick, sin embargo, el modelo que
ellos propusieron tenía errores. Maurice Wilkins, rival de
departamento de Rosalind, mostró sin el consentimiento de ella la
fotografía 51 que revelaba la estructura de doble hélice, esta
parecía ser la última pieza del rompecabezas que le faltaba a
Watson, así mismo, también utilizaron los datos y mediciones de sus
manuscritos para su investigación, sin que, al parecer, ella
estuviese al tanto.
Rosalind, cansada de
los malos tratos en el Kings College, empezó a trabajar en otro
laboratorio donde, utilizando la cristalografía, estudió el virus
del mosaico del tabaco y la polio, que fueron relevantes para el
ámbito de la agricultura. En 1957 le diagnosticaron cáncer de
ovario, posiblemente por la radiación causada durante su trabajo con
rayos X, y murió en 1958. Watson y Crick ganaron el premio Nobel de
medicina en 1962 por su investigación sobre la molécula de ADN y
ninguno la mencionó en sus discursos de aceptación. Además, en su
libro “la doble hélice”, Watson no ocultó la mala opinión que
tenía de Franklin, así como su tendencia a desestimarla.
No se sabe si
Rosalind se enteró de que sus datos y su fotografía 51 fueron
vistos sin su autorización, cuando se publicó la investigación de
Watson y Crick en la revista Nature, ella ya había dejado el Kings
College, buscando un ambiente más tranquilo. Hoy la recordamos,
trayéndola del olvido al que la destinaron los hombres que gozaron
en vida del reconocimiento del premio Nóbel, que también debería
pertenecerle a ella. Que nuestra sociedad no permita ni una Rosalind
más.
Por Isela Pavón
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