A pesar de que empezó de manera extraña, 2021 ha tenido sus dosis de magia. La maratónica jornada previa al 8M ha venido poblada para mí por una avalancha de emociones y sentires. El fin de semana previo a la marcha, entre amigas y compañeras de Colectiva, nos permitimos asomarnos a otras realidades de lucha para aprender de ellas.
En el Encuentro de Mujeres del Congreso Nacional Indígena realizado en la toma del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) descubrimos cómo vive y resiste una comunidad en un edificio tomado. Respetuosamente, nos impregnamos de sus narrativas que ilustraron para nosotras conceptos por momentos distintos de lo que nuestra realidad urbana pudiera vislumbrar y que tienen dolorosas implicaciones en el poderío del cuerpo-territorio. Las historias de las mujeres otomíes que organizaron el evento y también las que provenían de otros pueblos casi siempre tenían un componente de apropiación; ya fuera ésta vivida en su propio cuerpo o aquella que se sitúa en lo único que parece interesarle al sistema capitalista de los pueblos indígenas: los recursos naturales ubicados en los territorios que por años han defendido. Defensa que les ha costado la vida a algunas, la tranquilidad, estabilidad y acceso a sus derechos a otras.
Las jornadas del Encuentro tuvieron como hilo conductor la búsqueda de estrategias para sobrevivir y resistir en un medio hostil que aparte añadió, desde el año pasado la variable “pandemia”. A las participantes las hermanaba un continuo transitar por una triple opresión (ser mujer, ser pobre y ser indígena). Fue principalmente dentro de este marco referencial en el que se posicionaban para compartir sus experiencias.
Para nosotras, que quizás casi siempre hemos tenido referentes más hegemónicos de organización colectiva por nuestro origen urbano, fue extraño intentar desenvolvernos en esta dinámica tan distinta a la que estamos acostumbradas: poca o nula confrontación, un marchar lento, sereno y sosegado; más enfocado en hacer válidas todas las voces y experiencias que en detenerse a debatir constructos teóricos u opiniones divergentes. En la inocente enajenación de quien pisa un contexto nuevo y no sabe a qué atenerse, en ocasiones nuestras definiciones conceptuales, expresiones y maneras de hacer las cosas desentonaron completamente con los suyas; sin embargo ellas fueron capaces de corregirnos de forma gentil, dándonos así lecciones de humildad y empatía.
Las mujeres de la comunidad otomí, que desde el 12 de Octubre del 2020 ocupan el edificio del INPI como un hogar y un sitio desde donde protestan por el acceso a una vivienda digna, son un ejemplo admirable de lucha y organización; y creo que la realidad en la que sobreviven al sistema capitalista y patriarcal que las ha marginado puede servir como un ejemplo claro de por qué es importante que nos replanteemos las lógicas de dominación, crueldad y competencia que también reproducimos de manera cotidiana a nivel discursivo e interaccional.
Definitivamente este encuentro no nos dejó indiferentes, además de los gratos recuerdos que estoy segura trascenderán de manera individual en cada una de nosotras, también nos fuimos con la firme convicción de integrar estos saberes a nuestro activismo.
Isy.
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